Lázaro Gadea, padre del “Oriental del Uruguay”

Iglesia de Soriano
Iglesia de Soriano

Gadea nació en la ciudad más antigua del Uruguay, Villa Soriano, en 1786. Joven, con 20 años, deja temporalmente los hábitos para plegarse a la defensa de Buenos Aires contra el invasor inglés. Colaboró en la organización de las milicias de Santiago de Liniers, formó parte de esos cuerpos de voluntarios y cayó preso. Trasladado a Córdoba, luego de su liberación estudió teología y también ingresó como fraile en la Orden de San Francisco.

Convocada la Revolución de Mayo, los revolucionarios capturan a Liniers, su compadre, y lo acompaña hasta Cabeza de Tigre, el lugar donde sería sentenciado a muerte. El obispo de Buenos Aires, Rodrigo de Orellana, confiesa a Liniers y él al resto de milicianos condenados. Esto le condicionó su retorno y tuvo que exiliarse a la Banda Oriental.

Pero su corazón estaba en la promoción de un nuevo tiempo. Así que en 1811 se pliega a los rebeldes, asistió a los heridos de la Batalla de Las Piedras, acompañó las campañas militares de los federales artiguistas contra los porteños unitarios, estuvo en Ayuí y residió en Purificación, junto a José Artigas.

La derrota del federalismo artiguista lo impulsó a escapar a Entre Ríos y, luego, a Buenos Aires. Ahí retoma el contacto con los orientales exiliados y colaboró con los Treinta y Tres Orientales para realizar el cruce del 19 de abril.

A partir de ahí se ocupó de diversas tareas de organización. Diputado por Soriano, fue parlamentario y redactor de la carta magna, junto a otros.

De él surgió la idea de llamar a la nueva república como Estado Oriental del Uruguay. Y también fue el primero en proponer un poder ejecutivo colegiado, propuesta que no fue respaldada.

Hasta 1832, fue párroco en Las Piedras, Canelones. Después fue un decidido partidario de Juan Antonio Lavalleja, luego apoyó la presidencia de Manuel Oribe y permaneció con él en el Cerrito. Recorrió el país junto a políticos blancos.

Hasta que en 1861 fue designado capellán del cementerio Central. Ya veterano, residió en la villa de la Unión, pero siempre estuvo vinculado a la educación popular (el gran asunto de los años ’60 de ese siglo XIX), y con los más necesitados. De hecho, falleció junto a los pobres, en Bella Unión, la localidad más alejada de la capital, en 1876.

Autor
Pablo Ibáñez
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