Era el 30 de abril de 1854. Había 14 kilómetros y medio de vía férrea. Nueva, recién instalada. Llegaba hasta Fragoso, en Río de Janeiro. Hoy es el barrio de Magé, cerca de la aristocrática ciudad de Petrópolis, lindera a la bahía de Guanabara y, años después, el pueblo del jugador de fútbol Garrincha. La vía iniciaba en Porto Mauá, una terminal portuaria a orillas del río Uruguay, ya en territorio brasileño.
Y se llamaba así por su dueño, Irineu Evangelista de Souza. Años después se convertirá en un noble brasileño, el vizconde de Mauá. Fue el millonario estrella del siglo XIX. Y para el otoño de 1854 cumplió su sueño: es posible alcanzar la riqueza con esfuerzo propio.
Básicamente, ese era el motivo por el cual el día de la inauguración de la primera línea de trenes de su país. Así que hizo un discurso alusivo.
“Señoras, señores. Quiso el destino que las manos más suaves del imperio estén aquí hoy para plantar el germen de nuestro futuro de gloria y riqueza. Tengo el honor de invitar a su majestad, el emperador de Brasil, a asentar el primer durmiente de la línea de ferrocarril”.
Obviamente, su majestad no sabía agarrar una pala. El problema era peor: el emperador era un Bragança, un noble; el trabajo manual era mal visto, lo que ponía en juego era su posición en la sociedad brasileña. No debía tomar una pala.
Hoy en día la versión del enojo imperial es cuestionada. Muchos hablan de una verdadera amistad entre De Souza y el emperador Pedro II. De otro modo, jamás hubiera accedido al título de Vizconde en 1874.
Quedará en la memoria de los brasileños la única jornada de la vida del emperador en el cual tuvo que trabajar como uno más de sus súbditos.