Un año después de ser homenajeado, Rivera fue enfrentado por su propio ministro de Guerra y Marina: Manuel Oribe. ¿Qué ocurrió en tan poco tiempo?
En octubre de 1834, el Uruguay vivía una transición marcada por gestos de respeto institucional y promesas de estabilidad, tras años de luchas fraticidas con el prócer Juan Antonio Lavalleja. El presidente Fructuoso Rivera dejaba el cargo entre vítores y condecoraciones, mientras Carlos Anaya asumía interinamente la presidencia. Pero en menos de un año, el escenario político cambiaba drásticamente: Rivera era enfrentado militarmente por su antiguo subordinado, nada menos que el segundo presidente constitucional, Manuel Oribe. Este quiebre político no fue un simple desacuerdo, marcó el inicio del conflicto que daría origen a los partidos tradicionales y consolidó el estilo de poder que dominaría el siglo XIX uruguayo.
Rivera, aplaudido y armado
Cuando Rivera entregó el gobierno en 1834, lo hizo con un respaldo popular considerable. La Asamblea General, como muestra de gratitud, le otorgó una partida de 50.000 pesos fuertes de la época. El ministro de Guerra, Manuel Oribe, lo homenajeó con una espada cuya inscripción elogiaba su aporte a la independencia y a la conservación de las instituciones.
Pero este gesto no era inocente: Anaya, presidente interino por apenas seis meses, le ofreció a Rivera un nuevo cargo creado especialmente para él, el de "Comandante General de la Campaña". Ese nombramiento lo colocaba como jefe de facto del interior del país, donde se concentraba su base de poder: paisanos y militares fieles.
La creación del cargo fue polémica desde el inicio. La Asamblea se opuso en primera instancia, por el recuerdo fresco de las tensiones entre Lavalleja y Rivera. Rivera, aunque sin el título de presidente, seguía manejando resortes claves del poder nacional.
El ascenso de Oribe y un país en crisis
El 1º de marzo de 1835 asumió formalmente como presidente Manuel Oribe. No había otro posible candidato: era un militar respetado, integrante del gobierno anterior y tenía el aval necesario para mantener cierto equilibrio político.
Sin embargo, Oribe asumía en un país con serias dificultades. Las incursiones de Lavalleja, el duro armado institucional de un país que se gestaba desde cero, habían dejado al Estado sin recursos, endeudado, y con la amenaza de una invasión brasileña latente. Desde la otra orilla del Plata, los exiliados políticos orientales estaban listos para sumarse a un eventual levantamiento.
La situación era tan delicada que el propio Oribe confesó el primer día de su mandato ante los legisladores que sentía más temor al asumir la presidencia que frente a sus enemigos en el campo de batalla.
Policía, propiedad y ciudadanía: el modelo oribista
Pese al caos heredado, el gobierno de Oribe comenzó a tomar medidas concretas. Según el tomo 1 de la Historia Económica del Uruguay, durante su mandato no se generó nueva deuda pública. Si bien la deuda no desapareció, se estabilizó. Rivera había elevado el endeudamiento a más de 2.000.000 de pesos; Oribe, en su primer año, lo redujo a 1.680.000.
Una de sus políticas más significativas fue la organización de la policía. Esta institución fue diseñada no solo para mantener el orden, sino también para controlar a los sectores populares. Bajo un decreto oribista, cualquier persona sin propiedades por al menos 500 pesos o sin un empleo rural con conchabo (derecho a dormir donde trabajaba), podía ser detenida por “vagancia” y enviada a trabajos forzados.
Este modelo excluía de los derechos ciudadanos plenos a amplios sectores de la población. La tenencia de tierras o bienes se volvía el principal filtro para acceder al estatus de ciudadano activo. Los demás quedaban a merced del poder del caudillo local, único capaz de protegerlos frente al avance del Estado.
Rosas, un aliado con historia
Mientras Oribe consolidaba su presidencia, apareció un actor que sería determinante en los años siguientes: Juan Manuel de Rosas, gobernador de Buenos Aires. Viejo conocido de los orientales —había aportado mil pesos para la Cruzada Libertadora en 1825—, Rosas fue recibido por Oribe como un aliado natural.
Al asumir la presidencia, Oribe recibió una carta de Rosas donde lo saludaba como un “distinguido ciudadano” llamado a corregir los errores del pasado. La respuesta de Oribe no fue una queja —a pesar de haber formado parte del gobierno anterior— sino una señal de alineación: designó a Rosas como encargado de los asuntos entre Buenos Aires y la República Oriental.
Este gesto no solo mostraba la confianza que Oribe depositaba en el gobernador argentino, sino también preanunciaba el destino de su gobierno. Porque Oribe terminaría exiliado en Buenos Aires, bajo la protección de ese mismo Rosas, luego de su caída en manos del bando riverista y la fuerte presión francesa. Pero esa es historia para el próximo capítulo.
El ciclo del poder: de la espada al exilio
En apenas doce meses, Rivera pasó de ser el héroe condecorado por su lealtad institucional a enemigo declarado del gobierno que ayudó a construir. Oribe, en tanto, ascendió al poder en un contexto de crisis y reorganizó las estructuras del Estado a su modo, lo que le valió el encono de muchos. Entre ambos se abrió una grieta política que se profundizaría en los años siguientes, y que sigue dejando huellas hasta el presente.
Este período —de 1834 a 1838— no solo marca el inicio de los enfrentamientos entre los caudillos fundacionales del Uruguay, sino también el germen de los partidos políticos más antiguos del mundo moderno: el Colorado y el Blanco. Las decisiones que tomaron, las alianzas que sellaron, y las exclusiones que impusieron sentaron las bases del modelo de institucionalidad y poder que caracterizaría al país durante todo el siglo XIX.
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