Yandubayú y Liropeya, una historia de amor

Adolfo Berro
Adolfo Berro

Según Carlos Roxlo en su “Historia crítica de la literatura uruguaya”, libro cuyo pdf se encuentra en nuestra sección Biblioteca, el autor de esta obra fue Adolfo Berro, joven montevideano influido por las corrientes románticas que provenían de Europa y, muy especialmente, de los refugiados porteños que peleaban contra los federales.

Sus primeros poemas fueron publicados en 1842. Fue un año después de su muerte. El texto más recordado es el que les presentamos, la historia de amor entre el cacique Yandubayú y la indígena Liropeya, mujer secuestrada por el soldado español Carvallo. Está basado en un relato antiguo, de los primeros albores de la conquista española, y usa el estilo, temas y pasiones que caracterizan al romanticismo con veta criolla.

Podés escuchar el podcast sobre el Montevideo Romántico, con referencias al autor y a las principales influencias de esta corriente aquí, en este capítulo de Nautamedia Historia.

 

 

 

 

YANDUBAYU Y LIROPEYA

(año de 1574)

 

Siguiendo va por un bosque

Del Paraná renombrado

A Yandubayú, cacique,

El sanguinario Carvallo.

 

Vuela el indigena, y solo

Se para así que lejano

De Juan Garay y su tropa

Ve al atrevido cristiano:

 

Entonces, cual tigre fiero

Que sobre el toro inmediato

Revuelve y la aguda zarpa

Clava en el cuello gallardo,

 

El, esquivando la espalda

De furibundo lanzaso,

Ha, con los brazos ñudosos,

A su enemigo aferrado.

 

Tremenda lucha se traba,

Que son guerreros bizarros,

Y á su contrario dar muerte

Los dos al cielo juraron,

 

Mil veces el indio fiero

Creé ya vencido á Carvallo;

Pero mil veces sin fruto

Le anuda al cuello los brazos.

 

Rendido, en fin, al esfuerzo

De aquel luchar tan estraño,

Víctima ya del cacique

Era el soberbio cristiano:

 

Cuando, del ruido avisada

Que hacen las voces de entrambos,

A despartir la pelea

Vino, con rápido paso,

 

La muy gentil Liropeya,

India de rostro lozano;

 

Del Paraná rica perla

Que guarda el bosque callado.

 

Por ella en castos amores

Se está el cacique abrazando,

Y por haberla, ofreciera

A grave empresa dar cabo;

 

Cinco terribles guerreros

Tiene á la lucha emplazados,

Pues ofendieron sus deudos

Y él ha jurado vengarlos.

 

«¿Así te olvidas, cacique,

De tus promesas? ingrato!

¿Así en combates, sin premio

Digno de tu heróico brazo,

 

La vida espones que solo

Has de arriesgar en el campo,

Donde, triunfante, de esposa

Debo ofrecerte la mano?

 

Ay! deja, deja te ruego

A ese enemigo soldado,

Y guarda, guarda tu esfuerzo

Para combate mas alto.»

 

Dijo la india, y al punto

Soltó el cacique á Carvallo;

De paz la diestra tendióle

Sin rastro alguno de enfado.

 

De Liropeya así cumple

Yandubayú los mandatos;

Luego tranquilos y juntos

Se van los dos retirando.

 

Fresca y hermosa es la india,

Bien lo notó el Castellano,

Que por falaces deseos

Y torpe zaña llevado,

 

Hunde la espada traidora

En el cacique preclaro,

Que cae sangriento y sin vida

De Liropeya en los brazos.

 

Como la tórtola blanda

Viendo á su amante llagado,

Por el mortífero plomo

Que le echó al suelo del árbol,

 

Como nunca vidas querellas

Asorda bosques y llanes

Aun á piedad las entrañas

Del cazador exitando;

 

Así con voces sentidas,

Vertiendo fúnebre llanto

Sobre el cadáver que estrecha

Contra su seno torneado,

 

La hermosa indígena increpa

Al matador inhumano,

 

Y á su maldito destino

Que á tal desgracia la trajo.

 

De allí llevarla procura

Con tiernos ruegos Carvallo:

Pero ella airada resiste

Sus seductores halagos.

 

En fin, volviendo los ojos

Al desleal castellano,

« Seguirte quiero, le dice,

« Si con tus ájiles brazos

 

« Abres la fosa que encierre

« Este cadáver helado,

« Para que pasto no sea

« De los voraces caranchos. »

 

Lleno de imprévido gozo

Suelta la espada el villano,

Y empieza á abrir el sepulcro

Del que mató descuidado:

 

En él le arroja, y le cubre

Despues con tierra y guijarros,

Y adonde está Liropeya

Vuelve contento sus pasos.

 

Ella del suelo lijera

El fuerte acero ha tomado,

Y al español inclemente

Fiera mirada lanzando,

 

« Abre otra fosa, le dice,

« Oh maldecido cristiano, »

Y con la espada sangrienta

Se pasa el seno angustiado.

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