Desembarco de los Treinta y Tres Orientales: la previa

Un movimiento previo en 1823 adelantó las posibilidades. ¿Pero qué ocurrió para que un grupo de orientales se anime a enfrentar a los ejércitos de Lecor?

Recordemos que Carlos Federico Lecor, el barón de la Laguna, entró a Montevideo en 1820 rodeado de las fuerzas portuguesas y homenajeado por un círculo de montevideanos que, año después, formó Congreso para incorporarse a Portugal como Provincia Cisplatina. El barón llegó con tropas formadas en las guerras napoleónicas, voluntarios portugueses curtidos en tierras europeas. Dificilísimo para unas milicias compuestas orientales compuestas por baqueanos criollos.

Pero Juan VI de Portugal retornó de Río de Janeiro a Lisboa porque la burguesía local quería una constitución reformada y encargó la parte brasileña a su hijo Pedro I que, al poco rato, declaró el Grito de Ipiranga y la división con la madre patria. Los ejércitos en Montevideo se dividieron entre los seguidores de Juan, los voluntarios comandados por Álvaro da Costa, y los seguidores de Pedro, liderados por Lecor.

Éstos últimos, los pro brasileños de Lecor, marcharon de Montevideo hacia Maldonado. Los pro portugueses se quedaron en Montevideo. Pero el problema del pago de los salarios y las deudas dejaron insostenible la posibilidad de defender la capital de la Cisplatina en manos de los europeos, quienes finalmente negociaron en 1823 el retorno a la madre patria.

Todos estos apuntes están más desarrollados en dos episodios del podcast

T01E04 - Ladrones, invasores y rebeldes

T01E05 - El primer pequeño grito de independencia

En esta división de las fuerzas militares se metió la quilla de la posibilidad. Con el retorno de los pro portugueses y la ocupación final de los ahora brasileños de Lecor, varios criollos huyeron a Buenos Aires. Juan Antonio Lavalleja, Manuel Oribe, Pedro Trápani, Atanasio Sierra, alguno de los nombres que comenzaron a reunirse en la casa de Ceferino de la Torre, junto a Simón del Pino y Manuel Meléndez. 

La Cruzada Libertadora

Lavalleja era el encargado de un saladero en Buenos Aires, recuerda Juan Spikerman. De La Torre se encargaba de juntar las armas; además fue el que bordó las dos banderas de los Treinta y Tres. Gregorio Gómez, desde Montevideo, envió doscientas “tercerolas”, una escopeta que es un tercio más corta que el habitual tamaño de este tipo de armas. Las tenía escondidas José María Platero en los despachos de la Aduana montevideana. Tomás Gómez facilitó la caballada. El saladero de Pascual Costa guardó todo. Y quedó así hasta la noche en la cual todos irían hasta la isla de

El 23 de abril, varios ingleses radicados en Buenos Aires, algunas autoridades porteñas y varios comerciantes estuvieron en “la Fonda de Fauch”, un restaurante adornado esa jornada con banderas de Inglaterra, Estados Unidos, Colombia y otras repúblicas americanas para celebrar el Día de San Jorge. Allí, Pedro Trápani alzó su copa y pidió la palabra para sumarse al brindis: 

“Pido porque se consagren los esfuerzos que hacen los patriotas en libertar una pequeña parte de este continente, que aún gime bajo las ignominiosas cadenas de los déspotas. Hablo, señores, de la linda y desgraciada Banda Oriental, cuyos hijos han demostrado ser tan dignos enemigos de los ingleses en la guerra como amigos sinceros en la paz”. Y marchó, al día siguiente, hacia la playa de La Agraciada.

El Desembarco de los 33 Orientales: el día después

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