El primer vizconde de Ponsonby nació en Irlanda, en 1770. A sus 28 años integró la británica Cámara de los Comunes, pero apenas iniciado el nuevo siglo dejó su banca.
Buen mozo, refinado, habitué del exclusivo Watier’s Club. Flirteaba peligrosamente con lady Conyngham, la amante favorita del rey inglés Jorge III, así que el monarca puso su dedo en la comarca que le pareció la más lejana de Londres y lo envió como embajador plenipotenciario.
Puso su pie en Buenos Aires el 16 de setiembre de 1826. Detestó el lugar, como señaló en la correspondencia que envió a su país natal. Además de la capital de las Provincias Unidas, visitó Río de Janeiro, pero nunca puso un pie en Montevideo. Extraño, porque su labor fue clave para la independencia de lo que hoy es Uruguay.
Tal fue su éxito que a su retorno, en 1831, que su nuevo destino fue Bélgica para negociar los términos de su independencia. Y en 1832, a Nápoles. Luego, lo enviaron a Constantinopla hasta 1841 y al final de su extensa trayectoria, a Viena, hasta 1850.
En este repositorio, recordamos el episodio sobre su actuación en el Río de la Plata, aquí